Cuando estoy mal me gusta poner música deprimente que me ayuda a seguir en este estado tristemente patético, o canciones extrañas, de esas que sirven para convulsionar, o cualquier otro sonido que funcione de soundtrack. Y lloro, grito, sangro, hablo sola, vomito lo que duele y escupo el veneno, y revuelvo en mi memoria buscando recuerdos para abrir más las heridas, y los repito en mi mente una y otra vez para echar alcohol en los cortes, para que duelan más y no dejen de arder.
Busco la forma de hacer mi vida más miserable y que la mezcla de la música de fondo y todo lo que me pasa y todo lo que hago parezca una escena de una película dramática, una tragedia griega, un poema doloroso, y entonces siento que todo es irreal, que no me está pasando a mí, que es el argumento de una vida ajena que alguien más me está contando, y por un ínfimo instante, entre todo este dolor, las heridas duelen un poco menos, o no duelen nada, porque por un momento efímero me parece que todo esto es mentira, que no es mío, que no me duele a mí, si no a vos.
3 de diciembre de 2010, 00:32hs.
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