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diciembre 03, 2010

Illia

Llegó el tan ansiado y temido momento de caer: caer en la cruda realidad de que terminé la escuela. Ansiado porque una a una fueron cayendo todas, mientras yo seguía parada, enroscada en otros pensamientos. Temido porque... ¿por qué?. Temido las pelotas, no tenía miedo de caer porque lo más terrible de caer es, en mi opinión, la parte de caer en que se nos viene la vida encima ahora, ya, mirala, está pasando encima nuestro mientras yo escribo esto cuando debería estar estudiando para terminar la escuela oficialmente. Pero ya pasé esa locura del futuro hace unos meses, la noche que me dí cuenta de que ya no iba a tener un verano entero sin trabajar, que crecí, que el tiempo no para y que llegó la hora de que empezar la vida sin que nadie me diga que hacer: qué terrible que es la libertad! Y lloré como una hora o más sin parar, y me dije una y otra vez que no quiero crecer pero no puedo evitarlo, no tengo el reloj de Bernardo. Entonces ansiaba caer y no me daba miedo.
Ahora vayamos a El Hecho, mi caída. Situación: Morena Varrá Aguilera viendo la página web de Mara Yanina Martínez, la primera persona que conoció en el Illia y a la cual le debe tantas cosas. Dicha página web tiene una sección titulada mi paso por el Illia, en la cual puso cosas cursis, tiernas y etcétera. Morena se pregunta ¿y qué voy a hacer sin Mara?. Pequeñas dudas existenciales.
Y simplemente caí y me puse a llorar desconsoladamente por un largo rato: unos efímeros veinte minutos. Extraño, debo decir, soy muy llorona cuando me pongo sentimental, pero sólo lloré veinte estúpidos minutos. No voy a negar que supongo que se me acabaron las lágrimas de tanto llorar por vos, no quería decirlo, pero es obvio, nadie lo duda, no puedo esconderla the ugly thruth. Cuestión que no sé si realmente por haber caído, o por haber caído estando mal por vos, o simplemente por vos pero me hice la pelotuda y pensé que era por la escuela, lloré unos patéticos veinte minutos. Y empecé a pensar en Mara, Guti, Lula y los demás, en las cosas maravillosas que me dio el Illia, y me di cuenta que lo que me hacía llorar era dejar el Illia, no dejar la escuela. Me pasó lo mismo cuando dejé el Rosario, fue como irme de mi casa, dejar a mi familia por algo ¿mejor?, supuestamente. Porque en el Illia crecí mucho, aprendí que no es tan terrible llevarse una materia a diciembre, a marzo, previa. Aprendí que no todo es lo que parece (sí, hashtag Agustina). Aprendí a armar una mochila para subir una montaña, dormir arriba y después bajar. Aprendí que un mol son seis como cero dos tres por diez a la veintitrés cosas. Aprendí que hay gente buena y gente estúpida. Aprendí a hacer un círculo cromático. Aprendí a hacer un fotomontaje de una forma poco práctica. Aprendí a justificar una y otra vez las cosas que hacía. Aprendí a cortar con cuter a la fuerza. Aprendí que la flecha sirve para indicar un sentido o para resaltar algo en particular. Aprendí qué es el efecto phi, el gótico y el neorrealismo italiano. Analicé una y otra vez textos, películas, obras de arte de todo tipo y sobres de saquito de té. Hice una obra de arte conceptual, la gente me la rompió, me enojé y después me sentí una artista con una obra lo suficientemente buena como para perturbar a la gente, molestarle o darme cuenta que hay personas sin cerebro. Aprendí, crecí, reí, lloré, grité por los pasillos, me caí de un tronco dos veces y se me rompió el pantalón, bailé, pinté, creé cosas que me gustaron, cosas que no me gustaron y una cosas por la cual me dieron un premio. Saqué dieces y unos y sietes mediocres. Descifré el acertijo de Orellana, no me salió la tarea de química/física/matemática, amé Plástica. Me llevo muchos recuerdos de amigxs que hice y profesores increíbles. Momentos lindos, feos, tristes, bizarros. Dejo algo, un recuerdo bueno de mí espero, entre algunxs profesorxs y otras personas que todavía siguen en el Illia. Picardo dijo que cuando nos fuéramos íbamos a dejar nuestra huella, nuestra imagen, algo así. Espero que me recuerden como algo más que la chica de pelo extraño y genial. Espero volver una y otra vez, cada vez que pueda, encontrar lindas sorpresas y gente que voy a extrañar. Espero no haber decepcionado a nadie (perdón Theve por no estudiar!). Espero no haber lastimado a nadie. Espero que el Illia siga teniendo su espíritu, su esencia, que no se transforme un colegio privado cheto sin cerebro, confío en que la gente que se queda lo va a lograr.
Estos seis años fueron increíbles, pero se terminaron porque así es la vida. Yo me voy, pero el Illia sigue.
Y nada, eso.

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