Ella se encierra adentro de su soledad. Los recuerdos la golpean, la tiran al piso y no la dejan levantarse. Cada lágrima que llorar intentando olvidar su tristeza es un ladrillo, y cada gota de sangre es el cemento que usa para pegar las lágrimas y construir una nueva pared que le impida salir al mundo, una pared que va a mirar como si su vida dependiera de ellos, mientras deja que el dolor la lastime por dentro y consuma lentamente cada segundo de su existencia. De vez en cuando se levanta para espiar las felicidades ajenas a través de una estúpida ventana, chiquita y mugrosa, y sentirse una idiota que no se anima a escaparse de todo eso. Pero cada tanto los recuerdos de los tiempos felices logran arrancarle una sonrisa entre tantas noches sin dormir, una sonrisa que de a poco va abriendo una puerta en esa habitación gris y desolada. Esa puerta que puede salvarla de todo ese horror de días tristes y horas que pasan despacio, pero que no se anima a cruzar.
10 de diciembre de 2010, 22:44hs.
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