Estaba sentada frente a la computadora haciendo nada, mirando las banalidades que me devolvía la pantalla cuando, por alguna razón que desconozco, miré para un costado: una mancha marrón atravesó volando el comedor y se posó sobre la lámpara que cuelga del techo. Me acerqué corriendo a mirar más de cerca al pequeño pajarito que me había sacado de mi estado de estupidez virtual. Me pareció algo mágico que esa cosita marrón hubiera entrado en mi casa, sobretodo cuando la única ventana abierta no era muy grande y no creo posible que un pájaro entre accidentalmente por dicho agujero en la pared. Enseguida empecé a buscarle un sentido a todo eso, el pajarito no podía haber entrado porque sí, tenía que haber una razón para todo eso, tenía que ser una señal del destino o algo así. Intenté recordar las palabras que nos dijo Lombardi cuando un pajarito entró al aula de Plástica la semana anterior, pero fue ne vano. No encontraba una respuesta a todo, cuando algo me hizo click. El mágico hecho de que un pajarito esté revoloteando en el comedor de mi casa me alegró el día, me hizo olvidar todo lo malo, me recordó que las grandes bajones existenciales no son nada al lado de las pequeñas cosas de la vida; la manchita marrón volando por todo el comedor vale más que mi necesidad de volver unos meses atrás y estar con vos. Esa cosita emplumada batiendo sus alas mientras la miraba con los ojos bien abiertos de nuevo y una sonrisa en mi cara prendió la luz amarilla que fui siempre y que se había apagado este último tiempo.
El pájaro es más lindo, más bueno y más increíble.
El pájaro me abrió los ojos otra vez.
El pájaro vuela y me hace volar.
El pájaro es todo lo que perdí y más.
3 de diciembre de 2010, 18:21hs.
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