De vez en cuando puedo ir hasta la última página de mi agenda y leer algo que un día me escribiste y esbozar una sonrisa efímera recordando con alegría, aunque sea por un instante, los tiempos felices en los que alguna vez me amaste. Y después de ese momento de calma vuelvo a la tormenta, a escupir el veneno, a llorar la tristeza y a sangrar, con la esperanza de que se acabe el dolor. Y lo peor es que no es que no puedo, sino que no quiero olvidarte. Me gusta estar así, en este estado patético y doloroso, donde es más grande el miedo a olvidarte que el miedo a quedarme así para siempre.
22 de noviembre de 2010, 23:20hs.
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