Hoy la vi Agustina que volvía caminando a su casa, unos cuantos pasos adelante mío, y me dieron ganas de frenarle y pedirle perdón. Perdón por qué? No sé. Pero me dieron ganas. Supongo que perdón por cortarme mal sin siquiera hablar con ella del tema. Y después pensé que en realidad ella debería pedirme(nos) perdón, pero igual yo tenía ganas de perdirle perdón. Y después me dieron ganas de ir y preguntarle por qué nos mintió.
Pero ya era tarde. Estábamos como a una cuadra o más de distancia, ella ya había doblado por San Juan y yo iba caminando derecho por Matheu. Y, por sobre todas las cosas, no iba a ir a hablarle. No iba a ser capaz de animarme.
No sé si algún día voy a animarme a hablarle de todo lo que pasó: de ella, sus mentiras y la herida sangrante que dejó.
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