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octubre 26, 2009

VIDA

Es muy raro estar en mi casa de nuevo, con mi familia, sabiendo que ya no voy a aplaudir las comidas de Clari, ni escuchar el grito de Baaaaaaariloche! de alguno de los chicos, ni los chistes de Marian, ni hacer alguna actividad copada junto con las cuarenta y nueve personas con las que compartí probablemente los once días más felices de mi vida.
Esperé (bueno, supongo que todos esperamos) este viaje por mucho tiempo. Era EL viaje, algo único e irrepetible que a medida que pasaban los días se acercaba más y más, y que cuanto menos faltaba más ansiosa me ponía. Estando allá no caía en que lo estaba viviendo, pero ahora no caigo en que volví a casa, a mi vida normal. Es que me acostumbré a ver la cara de todos en cada momento. Me acostumbré a las risas, las lágrimas, los chistes, la guitarra sonando constantemente. Me acostumbré a vivir en un ambiente muy copado, con una nueva familia dispuesta a ayudarme cada vez que lo necesitara y a disfrutar de once maravillosos días.
El viaje me cambió como persona y me hizo ver el mundo y la vida de forma diferente. Pude conocer nuevas personas, conocer más a las que ya conocía, y conocerme más a mi misma. Cambió los prejuicios que tenía sobre muchas personas, que me sorprendieron con su forma de ser y sus actitudes.
Gracias a todos por estos once días, porque a pesar de todo fue hermoso. Nunca me voy a olvidar de Vida ni de las cuarenta y nueve personas con las que compartí el viaje. Gracias de verdad, fue una experiencia inolvidable que supongo que ninguno de nosotros va a olvidar.

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